viernes, 8 de febrero de 2013

La ortografía no falla nunca

Ese día, no lo olvidaré nunca.
Pasó una tarde de Abril, el 26, para ser exactos. Yo llegaba del instituto y como siempre, antes de entrar a casa, miraba el buzón del correo; por si habían cartas para mi, pero todas solían ser para mis padres. Aunque esa tarde fue diferente, vi una carta que no ponía para quien era y tampoco quien la enviaba. Entré en casa, y decidí abrirla.
Era de un chico llamado Álvaro, le escribia a su hermano Víctor. Era una carta conmovedora, aunque se había equivocado de destinatario. Por lo que decía la carta, el chico era joven, entre 14 y 16 años. Decía que vivía en la misma ciudad que yo, en una casa grande, un poco lejos de la mía. Quería conocer a aquel chico, principalmente por su ortografía...tenía una letra maravillosa, suave, cálida, perfecta, sin ni una falta y de forma totalmente brillante y llamativa. También por la forma en la que le hablaba a su hermano, escojía las palabras exactas para escribir lo que pensaba.
Así que fuí a su casa, piqué y pregunte por Álvaro. Me atendió él mismo y me dejó pasar a tomar algo. Le expliqué lo sucedido con la carta, y empezamos a hablar, me dijo que tenía 15 años, uno más que yo, y que como sus padres estaban separados, él vivía con su padre y su hermano pequeño con su madre. Nos hicimos muy amigos, quedábamos después del instituto, y al cabo de seis meses ya estabamos saliendo juntos. 
Hoy hace doce años que somos pareja.

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